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Como cada Luna nueva Vanya preparaba su macuto con todo lo necesario para el místico periplo por el bosque hasta la cabaña del mago.

La travesía que Vanya ya conocía a la perfección, después de haberla recorrido en ida y vuelta treinta y tres lunas, siempre acababa con alguna sorpresa inesperada de las que enriquecían su conciencia.

Vanya ya se encontraba en el principio del sendero que se adentraba a la profundidad del bosque justo en el mismo momento en el que estoy escribiendo esta frase.

El comienzo del sendero estaba delimitado por una puerta ilusoria hecha con palos de fresno. Aún se podía apreciar algunas sámaras verdes secas, todavía unidas a la estructura portal hacía lo inimaginado.

Vanya atravesó el portal, y en ese instante el silencio del bosque y del alma se hizo presente.

Cada lugar al que miraba desprendía una belleza pura, sin igual. Se podía observar a los curiosos rayos solares como buscaban su hueco para colarse entre las copas del inmenso bosque de árboles singulares, con el único fin de calentar el manto de hojas que cubría el suelo. Y acompañando esta escena bucólica las hojas desprendidas de la vida se sumaban con la gravedad a un efímero baile de destellos alternos que ofrecían los curiosos rayos solares.

(Me permito y le invito querido lector a otorgarse una parada, cerrar los ojos e imaginarse aquella mágica escena.

Respírelo. Escúchelo. Siéntalo.

¿Puede escuchar el sonido elegante del riachuelo al que poco a poco se acerca Vanya?).

Los diversos animalillos que hacían vida a ambas orillas del riachuelo ya habían reconocido la presencia de Vanya. El cruce por las piedras verdosas de granito en la leve corriente eran el aviso de que ya se encontraba cerca de la cabaña del mago… o no. Ya que el mago se encontraba sentado en posición de loto, a escasos metros del paso, en lo alto de una piedra que sobresalía unos pocos centímetros del suelo, mientras estratégicamente uno de esos curiosos rayos iluminaba su silueta.

—¡Pero mago!, ¿qué hace usted aquí? —dijo Vanya con sorpresa.
—Lo esperaba —respondió el mago de forma meditativa—. Quiero contarte una breve historia para finalizar tu entrenamiento en la maestría de la magia de lo humano y no he considerado mejor lugar que este.

Vanya apoyó el macuto en el suelo, se descalzó y se puso al lado del mago.

—Me encantan las historias —dijo Vanya mientras se sentaba.

El mago abrió un pequeño bolsillo del interior de su capa, introdujo la mano y extrajo dos pequeñas trufas silvestres que desprendían un intenso perfume a petricor. Partió una de ellas por la mitad y se la ofreció a Vanya.

—Come…—dijo el mago mientras se comía la otra mitad.

La historia que deseo contarte ocurrió hace 5000 años druidas, en un diminuto oasis en el epicentro de un gigantesco desierto.

En aquel minúsculo oasis vivían demasiadas familias y los recursos naturales de aquel lugar estaban en el colapso de la escasez. Tenían un gravísimo problema. Habían intentado en varias generaciones, los más aventureros, adentrarse en el desierto en busca de un lugar más abundante, pero nadie había conseguido regresar. Hasta ahora esas incursiones sólo se había hecho en búsqueda de nuevos horizontes, pero ahora ya era una necesidad de vida o muerte.
La anciana del oasis convocó una asamblea con el fin de buscar una solución. Después de varios días deliberando se llegó a la conclusión que con la mitad de las personas se podría conseguir un equilibrio con el oasis y dar el tiempo suficiente para que los recursos se restablecieran.
De una forma muy racional a la par que cruel se decidió que los más débiles hasta llegar a la mitad debían abandonar el oasis y adentrarse en el desierto en búsqueda de un futuro incierto y abrasador.

Llamemos a este grupo de personas que iban arriesgar su vida por el equilibrio del oasis, los Solei.

Los Solei, salieron en cuanto se metió el sol, ya que la única manera de avanzar era cuando el sol dormía.
Iban pasando las noches de caminatas eternas en una arena helada y corrediza, que lo hacía todo muy imposible, y los días bajo las sombras que creaban con los pocos harapos que tenían. Empezaban a detenerse corazones sin benevolencia por la falta de agua, cansancio y calor. Día tras otro el grupo iba siendo reducido hasta que una noche de Luna llena sólo quedaron la anciana y el más joven de los Solei. La anciana que sabía perfectamente que solamente le quedaban unas horas antes de su último aliento, rezo al Universo para que ayudará al joven Solei a disponer de la oportunidad de un futuro. Rezo y rezo hasta que sus plegarias fueron escuchadas. De la nada, la luna llena desapareció entre nubes escuchadas y el cielo se puso a llover. La anciana marchita ayudo al joven Solei a llenar las cantimploras de esa agua celestial.
—Pequeño Solei —musito la anciana—, el Universo está de tu lado, coge estas provisiones y sigue la rutina que hemos llevado hasta ahora, camina de noche descansa de día. Te dejo nuestro mayor legado, la memoria de nuestros ancestros, la última Trufa Sagrada. —La posó en la mano con una delicadeza extrema—, mientras continuaba musitando. —Cuando llegues al lugar en que intuyas que es tu hogar, entiérrala bajo un árbol y la Trufa proveerá.

—Que tu corazón galope siempre con fuerza. —fueron las últimas palabras de la sabia anciana.

Estuvo lloviendo durante muchos días y durante muchas noches hasta que cierto día paró súbitamente de llover. La cortina de lluvia que había borrado el horizonte durante los días pasados, ahora dejaba ver una línea montañosa a los lejos. El joven Solei no podía creerlo. Su felicidad inundaba el desierto. Tardó tres noches en llegar a las faldas de las montañas, y otras 2 lunas llenas más hasta donde considerarlo su hogar.
Una vez se estableció, buscó el árbol más precioso, un majestuoso fresno. De rodillas frente al fresno, recordó a su familia, sus antepasados, a la anciana. Y diciendo unas bellas palabras que sólo escucharon el fresno y el universo, y ahora tú y yo, «que esta última Trufa llena de sacrificio y de esperanza se convierta en la semilla de una vida prospera e infinita, gracias a todas las personas que hicieron posible que este momento existiera», y con un sagrado movimiento enterró la última Trufa.

Y aquí estamos joven Vanya. Siente en cada latido a nuestros ancestros, en cada nueva flor polinizada la vida, siente en cada sonrisa, en cada mirada el movimiento, Descálzate siempre que puedas para sentir la energía del universo, porque toda la magia que ahora conocemos y que ahora saboreas, surgió de aquella última Trufa.

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