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Como todas las noches Ella se apoderaba de mi inconsciente. Sumergiéndome en un ensueño a un mundo imaginario diseñado especialmente para nosotros. Una realidad donde todo encaja.

¡Brrrrrrrrum! Mi sueño se ve interrumpido por un leve temblor y me saca de ese nuestro universo. Estaba acostumbrado a que la tierra se estremeciera, los movimientos tectónicos eran frecuentes desde el incidente. Los había dado por olvidados desde que monté en La Resistencia y mi paso por la Antártida, completamente olvidados…pero aquí estaban de nuevo otra vez y con más fuerza que de costumbre, recordándome mi lugar en esta historia. La tierra vibraba y esa vibración paulatinamente iba siendo más fuerte, cada vez más fuerte y de repente todo empezó a moverse con una violencia desbordada. Locura súbita instantánea. El hidroavión parecía que iba a desmontarse. Me pongo de pie de un salto, dándome con la cabeza en el ala, mezcla de mi salto y de los meneos. Un golpe en la cabeza con este movimiento planetario es el mejor cóctel para despertar, dulce ironía. Miro aturdido-dormido a mi alrededor, asimilando que estoy en algún islote de Tierra de Fuego, por unos instantes respiro aliviado, ya no más nieve y hielo.

Ese instante duró un pestañeo, todo se agitaba. Hice una bola con todas las cosas de dormir y las lance como pude al asiento del copiloto. ¡Maldita sea!, recordé que tenía los depósitos de combustible casi vacíos. Pienso rápido, y lleno el ala derecha para volar compensando con mi propio peso, reposto como puedo, entre meneo arriba y meneo abajo, utilizando mi última garrafa de gasolina, más o menos tengo combustible para siete horas de vuelo. El avión se empezaba a mover en exceso, las alas se balanceaban de un lado a otro casi tocando el suelo. Arranco, y hago las comprobaciones sin perder ni un segundo. No puedo esperar a que el motor esté caliente. Tengo que arriesgarme a salir volando ya. No dispongo de más tiempo, la estructura de la aeronave empieza a sonar como si se fuera a partir en dos. Pulso la palanca de gases progresivamente, me empiezo a mover. El terreno donde había aterrizado era irregular y lleno de hierbas altas. Los patines especiales para el agua con sus minúsculos “ruedines” no facilitan el desplazamiento. Rezo en voz alta para coger velocidad lo antes posible y para que la hélice no sufra daños al rozar con el herbazal. A todo gas, muchos baches, meneos, cogiendo velocidad, más meneos, más velocidad, más baches y el hidroavión empieza a flotar.

¡Plof! como por arte de magia, todo el caos se esfuma dando lugar a un silencio sólo acompañado con el sonido blanco del motor como banda sonora. Sobrevuelo la zona para recuperar la cordura y la tranquilidad, chequeo a vista el fuselaje, parece  que todo está bien. Oriento la nave intuitivamente a lo que considero que es el noroeste. Mi destino final será Chinchen Itzá, México. Allí decidimos que nos encontraríamos ella y yo. ¿Qué estará haciendo en este instante?

Miro hacia abajo, el panorama es sobrecogedor, la tierra se abre bajo mis pies, cientos de cráteres y grietas se moldean en esta tierra nueva. Es un caos de tierra y agua en movimiento. En cuestión de minutos donde había una montaña hay un agujero, el océano se apodera de la tierra, la tierra se apodera del océano. Todo bajo mis pies cambia, evoluciona. El ruido de la tierra estremeciéndose, aunque leve en la seguridad de mi habitáculo, es turbador en mi pecho. Olas gigantes van y vienen, llevándose trozos de continente con una facilidad que parece un planeta en miniatura.

Sigo volando, dos horas después el caos bajo mis pies no disminuye, continúa. Decido adentrarme un poco al interior con el fin de despejar el agua de esta ecuación de locura. Pero solamente veo islas, me fijo en el mapa y observo que todavía me queda mucha distancia para llegar a San Gregorio, Chile, que es donde supuestamente empieza tierra firme.

Bueno, sigamos volando. —digo en voz alta.

Este tiempo solitario me lleva a pensar. Que manía absurda de aprovechar estos momentos vagos para abrir ventanas y puertas a los recuerdos. Rápidamente soy consciente y me acuerdo de Sofía, regreso al momento presente. Me he dado cuenta que los aprendizajes tienen su proceso, que aunque veas la respuesta escrita, aunque te regalen la solución o tengas el manual de instrucciones… hasta que algo dentro de ti no transmuta y cambia, el aprendizaje no se interioriza. Todo tiene su proceso, su ritmo, su movimiento. La paciencia y la observación son los aliados perfectos para conseguir la paz en todas sus formas.

Avisto el primer pueblo, bueno… un conjunto de casas. El indicador de combustible me marca un poco más de cuarto de depósito, lo que me otorga un par de horas de vuelo como máximo. Decido buscar un lugar para aterrizar cerca de esta aldea para saber dónde me encuentro en el mapa, estirar las piernas y buscar gasolina.

El paisaje desde las alturas es bellísimo, está lleno de viñedos. Diviso un campo verde y plano perfecto para aterrizar. Una lluvia muy fina ha empezado a acompañarme. Tomo contacto con la tierra y siento como el patín derecho ha debido perder las ruedas en la huida del terremoto, me deslizo sobre la pradera como puedo, el hidroavión cruje, sigo deslizándome, voy frenando como puedo, el frenado es solamente con el patín izquierdo por lo que conlleva que el aeroplano tienda a girar hacia la izquierda, voy rectificando con el timón. Después de una breve lucha, al final todo se para, todo queda silencioso y quieto. Quedo unos instantes mirando al infinito, escucho las finas gotas desintegrase contra el fuselaje. El hidroavión se comunica con pequeños crujidos, informándome que ha hecho un sobre esfuerzo pero que está todo bien. El terremoto y el caos parecen que quedaron al sur. Atrás. En el pasado.

Sigue haciendo frío, me abrigo y me dirijo hacia la aldea. Huele a tierra mojada. Respiro con el fin de llenar mis pulmones de sensaciones. El paraje es muy verde y húmedo. Grito, preguntando si hay alguien, nadie contesta. Aporreo todas las puertas, en total hay, para más confusión mental para mí, once casas. No doy importancia al número, al menos ahora. Nadie contesta, decido que voy a colarme por alguna ventana para buscar comida y recopilar información. Cojo la primera piedra con el fin de romper la primera ventana. Y justo cuando voy a lanzarla alguien a mi espalda me pregunta, — ¿qué haces?, con una voz dulce pero firme.

Me doy la vuelta asustado con la piedra en la mano y veo a una chica vestida con un pantalón de pana marrón y un jersey rojo rubí. Su pelo negro azabache recogido con una trenza le cae por su hombro derecho. Tiene los ojos verdes y las mejillas rojizas por el frío que contrastan con su piel blanca. En su mano derecha lleva un palo.

—Hola, soy Rubén y he venido volando desde la Antártida. —Me presento mientras bajo el brazo y dejo caer la piedra al suelo.

—Me llamo Mariena y vivo aquí con mis tres hermanos. (Más tarde me confiesa que está sola y que lleva sobreviviendo en esta aldea desde hace seis meses), —responde muy segura de sí misma.

No me ando con rodeos y le pregunto si tiene gasolina.

—Tengo un par de motocultores, maquinarias de jardinería y una camioneta que pueden tener algo de gasolina, —comenta mientras hace un gesto como para que la siga.

Llegamos a una especie de granero diminuto con puertas gigantes de madera. Me muestra las máquinas, compruebo y veo que tienen algo de gasolina. Respiro aliviado.

Con las puertas abiertas, en el umbral, me acribilla a preguntas sobre mi vida mientras observamos la lluvia, le cuento por encima toda mi historia desde el incidente, y la misión de las semillas.

Después de unos minutos o unas horas, el tiempo parece pasar rápido o no pasar en éste momento singular, baja la guardia y me invita a su morada.

Al calor de la chimenea tomamos unos vinos. Donde me confiesa que está sola.

—Te voy a contar mi historia, —dice dando un sorbo a su copa de vino. —Vine a esta zona a estudiar enología hace dos años y medio. Éste es el lugar más al sur donde se cultivaban vides. La climatología, la latitud, la cercanía del mar y estos montes pedregosos que rodean el valle crean la combinación perfecta para hacer un vino de muy buena calidad. Hacemos un vino riquísimo, ¿a qué si?

—Muy rico la verdad, afirmo con gesto de satisfacción mientras doy un sorbo.

—Ella continúa diciéndome con una sonrisa, —en esta aldea vivíamos treinta y seis personas, todos estudiantes menos Tiago y Olmo que eran nuestros profesores. Después del incidente hubo un gran revuelo y la mitad de los estudiantes se fueron desquiciados en busca de su familia, la otra mitad nos quedamos para entender mejor que estaba ocurriendo antes de decidir qué hacer. Entonces, en ese dilema de tiempo me puse muy enferma, nadie sabía que tenía y relacionaron mi enfermedad con el incidente… Y una mañana al despertarme todos habían desaparecido, habían huido. Me abandonaron.

Una lágrima solitaria cae por su mejilla hasta la comisura de sus labios que es recogida con la punta de su lengua.

—Coge la botella y nos sirve más vino mientras continúa, —como pude sobreviví a mi enfermedad, creo que fue varicela, me sentí muy débil durante mucho tiempo y muy sola. Una vez recuperada no sabía qué hacer. Tuve miedo y decidí quedarme aquí hasta que alguien apareciese, seguí con mi rutina y haciendo vino para evitar mis miedos. Hasta que has llegado tú no he sido consciente que llevo ya casi seis meses aquí. Te doy las gracias de antemano porque vas a ser mi billete de salida de este melancólico lugar. Jejeje, —se ríe a medias como esperando mi aprobación.

—Claro, eso está hecho Mariena, —sonrío.

—Gracias Rubén, —se suelta y  me regala una gigante sonrisa.

—Tenemos que arreglar el patín del hidroavión, recuperar todo el combustible disponible y organizarnos para continuar, —bebemos vino mientras le digo mis planes.

—Perfecto, mañana nos organizamos y salimos cuanto antes de aquí, por favor. —me pide juntando las manos en forma de rezo.

Nos quedamos hipnotizados por el crepitar de los troncos en el fuego.

Aquí, de la nada nos encontramos, dos extraños que se transforman, en un momento, en cómplices de aventuras. Las circunstancias nos llevan a situaciones incomprensibles en un mundo nuevo al que todavía no estamos acostumbrados. A estas alturas del cuento ya no puedes acostumbrarte a nada. No puedes dar nada por hecho. Todo cambia.

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